Estoy segura de que todo lo que nos va pasando cada día nos prepara de alguna manera para lo que viene; como si cada minuto o cada hora de los días que suceden se van volviendo esenciales para el momento presente… o dicho de otra forma, el presente está hecho también de grandes instantes pasados; siempre útiles a la consciencia.
Así ha sido para mi al menos en estos últimos días. Me siento haber vuelto de un lugar sin retorno, de una especie de paraíso e infierno donde todo confluye en la más extraña de las sinfonías. El Maestro nos ama mucho más de lo que hemos imaginado; su amor se va esparciendo poco a poco de una sútil manera entre cada uno de nosotros.
Me cuesta mucho llegar y mirarme verdaderamente. Y comienzo así, cuidándome, protegiéndome de no se qué, y andando con cautela.
Lo primero es escucharlo, absorber sus palabras, con los oídos, y con la mente. Después será con el cuerpo, con el corazón y al final con el alma… pero todo va llegando muy poco a poco.
Me doy cuenta de que las formas son vitales, los rituales, las notas musicales, los aromas de mar, de rosas, de sudor, de lágrimas, de esperanza y anhelo.
El círculo sagrado, me da la sensación de un espacio seguro… cada uno de nosotros representa una parte fundamental. Si faltara alguno estaríamos incompletos. Nadie sobra y todos hacemos falta.
Ser espectador del otro, interesarse en él, ser testigo de su movimiento, acompañarlo en silencio, mirarlo en su expresión más genuina, quedarse ahí.
Gritos de dolor, danzas de alabanza, risas compartidas, encuentros inesperados, fuerza de un huracán, piruetas, unión de almas, comunión de espíritus, voces confundidas, vibraciones determinantes, manos al vuelo, cuerpos entregados, pisadas de tierra, certezas sanadoras, música celestial.
El camino hacia lo auténtico va tomando diversas formas. Abrimos los brazos, el diafragma, nos empezamos a mirar. El temor va cediendo, nos vamos asomando a la posibilidad de confiar, soltar las maletas, una madre nos acompaña. A cada uno de los cien que somos, nos da nuestra importancia, nos mira, nos acoge en medio del más dulce y amoroso abrazo. Nos vamos convirtiendo en niños.
Camino con los ojos vendados, me falta el aliento, calculo mis pasos, cuanto temor me provocan las equivocaciones… la confianza me falla, y el anhelo de sentirla me toma las manos.
La fuerza me guía, dudo a cada instante, y elijo confiar, camino hacia la libertad. Cada vez que fluyo, recibo un regalo, me siento una niña, me alegran las flores, resueno en la tierra, y mis brazos se elevan.
Soy niña, y soy madre. Respeto, acompaño, acaricio suavemente, me divierto mientras guío, observo absorta el vuelo de mi atrevido crío, me asusta que le duela y permito que le suceda… lo abrazo, recibo caricias, le beso la punta de la nariz, descansa sobre mi hombro…
Y así transcurren las horas, los minutos y una parte de la vida.
El tiempo se detiene; recojo flores del campo, ayudo sin nombre. El anonimato no le da cabida al ego. Las cosas más simples se vuelven sagradas.
Vamos adquirendo energía; nuestra madre nos contiene, nos llena de amor, nos nutre amorosamente. Pisamos la tierra, nos expandimos por el aire, flotamos entre saltos, gritos, y arcadas. Caminamos con soltura, nos miramos mejor, respiramos la asertividad, aflojamos en andar, y nos damos permiso de coqutearnos, nos vamos enamorando…
La montaña es la misma, nos dice nuestro amado maestro, aunque cada quien sube de manera diferente y anda por senderos y atajos distintos. Vamos al mismo lugar, cada uno a nuestro ritmo, a nuestro propio paso…
Caigo en la cuenta de lo que nos va dejando, él, desde su amor de hombre, con su intelecto, nos regala su recorrido en forma de dirección… y después, en un acto de amor verdadero, nos entrega, en silencio, amoroso, a los brazos de nuestra madre, una abundante nodriza que ha elegido para nosotros. Ella, nos arropa entre sus brazos, nos canta, nos acuna, y nutre cual niños hambrientos, hasta dejarnos fortalecidos… cuanto amor hay en este acto tuyo querido maestro… que tu espíritu se eleve una y mil veces en toda la eternidad.. que las estrellas se hagan de tu luz… y que tu nombre se esparza en todos los vientos por cuantas dimensiones existan…
Con los pies acaricio la tierra, la voy pisando, me arraigo en las plantas y brotan raíces, las piernas se vuelven troncos, la fuerza viene de abajo y se adueña de mis caderas, manos al aire, sonidos emergen del vientre, mis pechos se yerguen, aho es mi escudo, y la mandíbula se mueve a su antojo en una lengua del más allá..
Pedirle a Dios, orar en su búsqueda, elevar los brazos, movimiento ondulante, rendirte con la razón, entregarte al cuerpo, danzar con el espíritu, ocupar el espacio, elevarse poco a poco, someterte a la vibración, danzar, fundirte a la gran Voluntad.
El día último siento un anhelo instalado en el fondo de mi corazón. Ato uno a uno los nudos de mi falsedad… oro en silencio, y me sonrío, venero el instante, me fluyen las lágrimas, encuentro a mi abuelo, huelo la tierra y empiezo a viajar.
La razón se ahoga entre los sorbos, y mis sentidos empiezan a agudizarse. Algo empieza a surgir desde muy dentro, se origina desde un lugar muy íntimo, allí donde mi alma yace, junto a la tierra, de lado de mis ancestros, en una semilla sembrada en mis adentros.. tiene el sútil matiz de un anhelo que de tan antiguo atraviesa todas las capas de la existencia… surge un movimiento, serpiente emplumada, en dirección hacia el norte al compás del rezo sagrado del marakame. Se va volviendo lentamente una voz de otros tiempos, en el idioma de los abuelos Yakima, Yana Yana Hey Yana Hey owa, Yana Yana Hey Yana hey owa…. Es dulce, suave, certera, ondulante. El ego se asusta, manas hace su trabajo, dudo, me cuestiono con la mente, me apago de repente…
Vuelve a surgir como un ave que no puede evitar volar, Yana Yana Hey Yana Hey Owa… y esta vez danzo por dentro a medida que la voz va saliendo.. este es mi canto, mi canto del alma, el canto de mi corazón. Se eleva y me lleva a los cielos, me reúno con Dios, mi espíritu se enaltece, me confundo con el aire, vuelo, soy el viento, mi fuerza es el fuego, y mi corazón habla una lengua de amor…
Una hermana me acompaña, canta en silencio y me transmite su fuerza, le doy las gracias, la llamo y me responde sin palabras y yo puedo escucharla resonar en mi interior. Con Francisco sucede lo mismo, me da la bienvenida con el cariño de un abuelo a su pequeña nieta. Hay mil lenguas, y un solo lenguaje: el amor que trasciende las palabras.
Me voy convirtiendo en una bruja de atar. Veo a mi madre, Virginia, María… me da una fuerza azul, que no sé si yo le pedí y fue ella quien me la dio con su infinita generosidad.
No me pertenece, la llevo conmigo, fluye a través de mí y después vuelve a la tierra. Beso a un hombre que está dormido y se despierta. Que quede claro que no soy yo, es el amor y la fuerza sexual que sucede a través de mi. Le canto que lo quiero en la vida, y miro como abre sus ojos y se vuelve hacia ella. Le huelo la cabeza y huele a todos los hombres que sufren las pocas ganas de vivir.
Cuan claro me resulta mirar en el rostro de Juan a quienes creía mis enemigos. No hay odio, ni resentimiento, solo existe el amor que a veces se confunde con sufrimiento de apegarnos a lo que por naturaleza va cambiando. Lloro por los campos que arrasé, por la violencia inconsciente; y me rindo al dolor.
El alma tiene sus propios caminos de sanación. De la nada, después de un rato, hordas de placer me estremecen, placer de vivir, placer que recorre mi vientre, y sale triunfante de entre las piernas. Orgón.
En el viaje de cada alma hay una dosis de dolor, inherente a la vida, y una historia de sufrimiento, de apegos, de resistencia, un no querer soltar. Miro a mi alrededor con respeto profundo el camino de mis hermanos, ahí vamos todos recorriendo los aversivos senderos, abriéndonos paso, a veces tú, a veces yo, a veces todos con ella, a veces todos unidos contra lo mismo…
Estoy al servicio, aunque en silencio, sin hacer mucho ruido. Mila y su fuerza, mis manos en su espalda… ruta de quetzalcóatl… se desploma en el suelo.
Necesito ir por lo que me hace falta, hacer a un lado mi orgullo… recargarme en el otro, cuanto trabajo me cuesta descansar … dejar de hacer trampa con alguna parte de mi cuerpo.. siento el peso de mi control en los hombros…
No sé quien sostiene a quien… las palabras van y vienen, se estrellan contra la pared de mi mente, vuelan con el viento y se diluyen entre los abrazos…
Me enderezo, escucho tres historias al mismo tiempo, tres contenidos coexistiendo entre sí luchando por sobrevivir. ¿Cuál es la historia real?
La realidad no es nada… todas las historias son una parte de la verdad… se van tejiendo al compás de nuestras percepciones… ¡cuanta distorsión! Mis deseos van confeccionando la historia… los mios, los de él, los de ella… cada uno con los matices de su propio contenido… todas hilvanadas entre si por el anhelo de compartir…
¿Dónde empiezan mis deseos, los del otro, y como es que se van encontrando? Concluyo que la realidad es cambiante, que la medida es que sea perceptible para más de uno…
Con razón habemos tantos locos queriendo cambiar la realidad. Me cuento entre ellos a los que un día tuve tanto miedo.
La verdad es otra cosa, y la encuentro en los árboles que descansan bajo el cobijo de la noche. Mientras tanto, con mis dedos me es posible trazar figuras con las estrellas. Mis manos se mueven divertidas con una inusual alegría. Vuelvo a ser niña por unos eternos instantes. Invento historias o las historias me inventan a mi, no estoy segura. Hay un guardián caballero vestido de blanco, es un custodio de la vida, un ángel silencioso, un águila blanca que aguarda paciente.
Soy testigo de la magia del tiempo, de lo que acontece minuto a minuto en la víspera del amanecer. Hemos transitado de la noche obscura del alma, hacia una gradual claridad que nos conduce ahora, en la más senda calma. Los cerros siguen ahí, y por encima de ellos los colores del Padre cielo se van tornando en matices de azul, verde, amarillo, y naranja.
Soy testigo del momento exacto donde ocurre el cambio de tono, y a la vez, es tan efímero, y yo tan pequeña, que se diluye entre mis parpadeos, impermanente, imposible de ser sostenido entre los dedos. Las aves hacen el anuncio, primero una, y luego todas. Cantan con una inusitada algarabía; casi puedo oír como chismosean alborotadas. O le rezan al Creador, o las dos cosas, no lo sé. Los árboles escuchan, se despiertan, se giran en torno a los cerros, como si volviesen su mirada.
Y ocurre el milagro más hermoso que jamás he visto en mi vida: un nuevo amanecer, el comienzo de un nuevo día. La posibilidad de empezar de nuevo, de volver a nacer, de empezar de cero.
Sé que nada volverá a ser como antes. Sé que el antes no existe. Que existe un único día y una única posibilidad en el presente.
A partir de hoy, “estaré en el mundo sin ser del mundo,” no porque lo haya pedido, ni porque así lo desee, más porque me es imposible hacer otra cosa, que someterme desde este instante a la vida y a la muerte, y a todo lo que ocurra a través de mí en favor y al servicio de la Gran Voluntad… tal como lo hacen los árboles, las aves, los cerros, y las estrellas del firmamento…
#soybuscadora.